
Hay quien asegura que el periodismo actual está
viciado y corrompido, y no es para menos.
Las empresas controlan los medios, y no sólo las empresas de comunicación, sino las diversas instituciones que convergen alrededor del medio que más cancha le dé. A diario, un buen número de teletipos, faxes, notas de prensa, filtraciones interesadas, y un largo etcétera, inundan las redacciones, desde el más grande de los medios hasta el más pequeño. Esta es una tónica que no hace distinciones, por no hablar de los
bajos salarios de los periodistas, que desmotivan y en ocasiones, crea un malestar generalizado dentro de la redacción.
Ante este panorama, cuesta creer que esto no fuera siempre así. La imagen romántica del periodista ha quedado atrás y muy pocos disfrutan ahora de su profesión como se hacia antes.
El ejemplo más claro de periodismo romántico se podría aplicar al que hacía <<The Washington Post>> en los años 70. Su director durante esa década,
Ben Bradlee, llevó al periódico hasta las más altas cotas de popularidad, al apostar por los mejores reporteros para sacar adelante, con talento e ilusión, su proyecto periodístico. Como se recoge en el libro
“Copiar y Pegar” (Libroslibres), “su secreto para convertir a <<
The Washington Post>> en un número uno fue
gastarse todo el presupuesto que tenía en contratar a los mejores”. Con gran astucia, Bradlee fue “robando” a los mejores periodistas del momento de sus respectivas publicaciones, y además, fue pionero en la contratación de periodistas negros. Especialmente destacado fue el caso de Broder, el primer periodista de alto nivel que dejaba el “
Times” por el “Post”. Bradlee le convenció para fichar por su diario: “Le conté que estaba decidido a tener a los mejores que hubiera para cada área, que
la política era la quintaesencia de las historias del Washington Post y que le quería a él” (“
La vida de un periodista”, Ediciones EL PAÍS). Y lo consiguió.
El osado director del “Post” hizo de él uno de los mejores diarios de la historia.
Bajo el mando de Ben Bradlee, el prestigioso diario norteamericano vivió momentos especialmente relevantes, como el
caso Watergate, donde dos magníficos periodistas,
Bob Woodward y Carl Bernstein, consiguieron
destapar un gran escándalo de escuchas y espionaje que provocaron la dimisión del presidente
Richard Nixon. Sin embargo, lo más importante del “Post” en aquella época fue la política que llevó a cabo de apoyo a sus reporteros, de investigación, de buenas historias... Sin ella, el escándalo del Watergate seguramente no se hubiese destapado nunca. Bradlee declaró que este caso supuso un antes y un después en la imagen con la que contaba el periodista en aquella época: “Al principio,
el Watergate elevó a la Prensa a las alturas de la estima nacional. Los mejores periodistas ya eran por entonces respetados, sobre todo los corresponsales en Washington y los corresponsales extranjeros. Pero
Watergate dio a los periodistas locales – específicamente a los del Washington Post- una apariencia casi heroica, sobre todo entre los jóvenes americanos. Los estudiantes que tenían que enfrentarse a la temida decisión de elegir carrera se fascinaron con el periodismo. Las matriculaciones en las facultades de periodismo se dispararon”. Y concluye: “Es una gran ironía que, de entre todas las personas, fuera Richard Nixon quién condujera a una generación entera de jóvenes capaces y comprometidos al periodismo, un oficio que él nunca entendió y que nunca le gustó. (“La vida de un periodista”, Ediciones EL PAÍS)
Con estos argumentos, no hay duda que
el periodismo de hoy en día ha perdido algo. Ha perdido apoyo por parte de los directores de los medios, interesados en quedar bien con los políticos e instituciones y sobre todo, en obtener el máximo beneficio como cualquier empresa que se precie. Pasan incluso por encima de
aspectos tan relevantes del periodismo como la ética o la veracidad, por no hablar de los contenidos institucionalizados y aburridos que copan los periódicos. Todos ellos se han olvidado de las buenas historias y de la esencia del periodismo. No hay duda. El periodismo actual está viciado y corrompido, y lo que es peor, poner fin a esta situación se presenta cuanto menos, complicado.